miércoles, 16 de noviembre de 2011

"12+1" - Espejismos solapados

Hace más de treinta años, cuando se estrenó "La vida de Brian", no me consta que unos fanáticos quemaran cines a mansalva a pesar de que la cinta de los Monty Python no ahorraba sarcasmos ni ironías en cadena sobre la hipotética vida de Jesús Cristo. Pero los tiempos han cambiado: tres décadas después de aquella obra de referencia ha vuelto el dogmatismo, que no deja de ser una subjetividad de grupo.

Es precisamente la subjetividad de grupo elevada al rango de criterio personal que ha inspirado entradas de blogs rabiosas sobre la última película de Chiqui Carabante, "12+1, una comedia metafísica" que tuve el gusto de ver el jueves pasado en los Cines Golem en su puesta de largo.

Al retratar a once hombres y una mujer que vagan por un desierto de arena persiguiendo a un iluminado de medio pelo al que toman por un profeta, su profeta, la historia no llega envuelta en una aureola de santidad sino de escándalo. Cabía esperar que no iba a atraerse las simpatías de la Iglesia sino el oprobio. Unos cuantos defensores de la fe ya han puesto el grito en el cielo como si no entendieran ni quisieran ver que este cuento de factura sublime pone el dedo en la llaga, es decir en la duda, que es sin embargo el fermento de cualquier místico que se precie. Quizás se extrañarían si supieran que Chiqui Carabante se sacó el carné de una facultad de Teología para acceder a su biblioteca de cara a la escritura del guión, de ahí la estructura falsamente lineal del mismo, articulado en capítulos, algunos de los cuales destilan una ironía mordaz.

"12+1" no se resume con un pitch impactante ni es susceptible de convencer a quienes solo se decanten por las cintas concebidas alrededor de un clímax. Porque se trata, como tal lo subrayó el director antes del pase, de un retablo. Requiere la atención del espectador, lo acaricia a ratos a contrapelo y como me apetece contar mis impresiones desde la subjetividad más descarada, digo que por más analítica que me considere, me ha entrado por los sentidos, por los ojos, por la música.

He visto un cuadro en movimiento que a veces me absorbía como unas arenas movedizas, donde se movían y se expresaban personajes que no podían ser sino discípulos en busca de algo. Y quien busca quimeras acaba encontrando espejismos, sobre todo cuando vagabundea en un desierto de dunas, agotado, ya sin rumbo, ya sin agua.

Si siempre nos dijeron que tuviéramos cuidado a la hora de acercarnos a los ferrocarriles ya que un tren podía esconder a otro, se les olvidó mencionar que las tres religiones monoteístas habían surgido del desierto y que por lo tanto han brotado de ellas espejismos que esconden a otros espejismos.

El fenómeno de ilusiones ópticas y mentales que se solapan queda reflejado en esta comedia metafísica, etimológicamente hablando más allá de la física, a través de unas imágenes oníricas difíciles de olvidar: tentaciones, visiones que pueden llevarnos a interrogarnos sobre los cimientos de la religión cristiana. ¿Existiría el cristianismo si Jesús, en lugar de nacer en Belén, lo hubiera hecho en Manaos? ¿Habría colado la comparación entre el camello y el ojo de aguja en la selva amazónica? Los creyentes… ¿desplazarían las montañas o bien los árboles? ¿Es ésta la pregunta? "¿Cuál es la pregunta?" se pregunta el supuesto profeta cuando se acerca el final. Podría tratarse una versión distorsionada del "Padre, ¿por qué me has abandonado?".

En el judaísmo el hombre es pregunta. En lugar de obrar en pos de una hipotética vida eterna, ha venido a la Tierra para investigar quién es, para interesarse por la escatología en la acepción espiritual del término, mejor dicho por el porvenir y la finalidad del ser humano, del universo.

Me queda entonces una duda que me encantaría aclarar con el director. ¿Se dio cuenta cuando grabó escenas escatológicas en el sentido más… orgánico de la palabra de que estaba caminando en la delgada línea que separa las dos facetas de la palabra?

Antes de que me conteste y que empiece a descubrir detalles que igual escaparon a su control más consciente, me despido derritiéndome en elogios sobre los trabajos de todo el equipo artístico y del equipo técnico, pensando que los vientos que azotan sin descanso la isla de Fuerteventura donde se rodó integralmente "12+1" añadió a lo mejor unos gramos de chifladura a un proyecto humilde aunque ambicioso del que unos recordarán sobre todo una sátira de los usureros y de la banca, que otros tomarán por una gamberrada en la línea de Buñuel y de Jodorowsky y que otros tendrán ganas de volver a ver no solo para disfrutar de su belleza plástica sino para captar los mensajes apócrifos que se esconden detrás de los diálogos, pequeñas obras maestras de subtexto.

Doce más uno son trece, y son más a veces, pero eso sí, todos más perdidos que la una, más individualistas que propensos a buscar la unidad.

Creo que tengo que volver a verla ya para percibir todo lo que se me escapó… Amén.